Es verano. Hace calor. Que los humanos nos estamos encargando de destrozar el planeta no es novedad. Estudié para ser profesora de educación primaria y me cuestiono constantemente si enseñamos algo útil de verdad. VALORES. ¿Dónde están? Con los años y gracias, por desgracia, al párkinson he vivido la vida en el primer mundo con ojos de alguien que no forma parte de lo que el primer mundo considera “normal”. Enseñamos, que no educamos, a ser normales. ¿Y qué pasa con las personas que somos distintas? A luchar pues. Lucha constante. Busca estabilidad viviendo con una condición que implica cambio constante. Una fórmula complicada.
Y hablo del primer mundo porque es en el que vivo. ¿Me tendría que considerar afortunada? No sé que decir. Soy incapaz de imaginarme a mi ser en un entorno sin todos los recursos que tenemos aquí. Y si lo intento, me llego a plantear si me podría mover, si podría sonreir, si podría abrir y cerrar la mano… duro. Muy duro. Recursos nos sobran en el primer mundo. Recursos que generan dinero, dependencia y abaricia. Y soluciones también. ¿A qué precio?
VALORES. Siento que en el primer mundo nos sobran recursos y nos faltan humanos. Cada vez me da más asco la velocidad que llevamos en vivir, el “me da igual ensuciar el suelo, ya lo limpiarán”, el “me compro una moto pepino para que el sonido del motor rebiente las orejas de los seres vivos que están en mi camino”. Vamos mal. Muy mal. VALORES. Juzgar, pretender y mostrar sólo el “todo bien”, querer más y más, me canso pues next, hablar del tiempo, del Instagram y de Netflix. VALORES.
Pero, ¿Qué estamos haciendo?