Que la enfermedad avanza es evidente. Que la presencia del estado anímico apagado junto con la lentitud motora va ganando terreno en mi cuerpecito, es evidente también. Noto como la parte que brilla de mi persona se apaga, y se enciende a veces pero con menos fuerza, y además cuando se enciende es en momentos que la gente con quien quiero compartirlo está viviendo sus vidas (entonces la parte que brilla la gozo yo conmigo misma). Que está bien.
Pero el aislamiento que viene de la mano del Parkinson es fuerte, gente.
Y me empiezo a preguntar si tiene sentido seguir luchando para intentar brillar dentro de la presencia parkinsonial, o acudir a mi neruólogo y sugerir un cambio de medicación. Parece una decisión fácil, ¿verdad? Pues de momento prefiero seguir luchando, empapándome de todo lo alternativo que pueda hacer yo por mí que cambiar mi dosis. La medicación ayuda, sí. La medicación tiene sus efectos secundarios psíquicos, también. ¿Los sé todos? No. ¿Los quiero saber? Pf, pues no lo sé. Cuanta más información tengo – información basada en experiencias personales de personas iguales que yo – más miedo me da la medicina convencial. Y entonces, ¿qué?. Supongo que tendré que aprender a dejarme ver cuando lo que me pide mi ser es el apatismo y la lentitud. Si llamáis al timbre, tardaré en abrir. Estoy en el salón y hay como unos 10 pasos hasta la puerta, JE JE.